Nostalgia viene a visitarme todos los días. Nunca escucho sus pasos, se acerca a mí sigilosamente cuando me envuelve la música o veo una película, cuando detengo la mirada en un objeto o, incluso, cuando estoy inmersa en una actividad que me agota. Entonces, ella me acaricia los ojos con su aliento, y su aroma, vago e indefinible, me produce un cosquilleo en la nariz. ¡Ven!, me dice, y tira de mi mano. Podría taparme los oídos o correr para apartarla de mí, pero no pongo ninguna resistencia. Ella me promete un mundo de luz y alegría, y yo quiero creerla. Nostalgia conoce bien el camino, me conduce hasta el umbral de otro tiempo y mi corazón palpita agitado ante lo que está a punto de percibir. Entonces, cierro los ojos con fuerza y libero mis sentidos. ¡Quiero tocar, quiero ver, quiero volver a respirar el mismo aire de antaño! Mis manos buscan, desesperadas, aferrarse a las imágenes que resplandecen en un lugar recóndito de mi memoria, pero no hay materia que puedan agarrar, no hay calor que puedan sentir; se desvanecen, se alejan, se convierten en aire a pesar de mis lágrimas. La luz se hace oscuridad, y luego no hay nada.
Nostalgia viene a visitarme todos los días. Hoy también. La noto a mi lado, asiendo mi mano de nuevo, susurrando promesas. Ella es mi amiga y me enemiga. Mi deseo y mi desesperanza. Ella me trae un dolor, que no quiero olvidar.