Muchos nos iniciamos en la lectura con los libros de Enid Blyton.
Recuerdo perfectamente la primera vez que leí una de sus obras.
Tenía diez años y guardaba cama.
En el dormitorio no estaba sola. Me hacían compañía mis hermanos, que jugaban a mi alrededor, y mi madre, que planchaba una montaña de ropa. Pero yo estaba aburrida, había leído por enésima vez todos los cuentos que poseía y ya no sabía qué hacer para entretenerme. Finalmente, me fijé en uno de los libros de mi pequeña estantería. Me lo habían regalado dos años antes, cuando todavía era demasiado niña para sentir interés por una obra sin ilustraciones —y bastante voluminosa— que tenía toda la apariencia de ser para gente mayor. Pero en ese momento captó mi antención. ¿Qué historias guardaría en su interior?
—Tráeme ese libro —le pedí a mi hermana pequeña.
—¿Cuál? ¿Este?
—No, ese no. El que está al lado de Heidi.
Ni siquiera sabía cómo se llamaba. Cuando lo tuve en mis manos leí el título: Misterio en Tantan. En la cubierta se veía a unos niños en la playa que escuchaban atentamente a uno de ellos. Eso me inspiró confianza, sin embargo, al abrir el libro me acobardé un poco: un mar infinito de letras cubría cada página, una detrás de otra…
Y así fue como una tarde, rodeada del calor de mi familia, emprendí un camino lleno de aventuras y misterios, sin moverme de la cama, sin saltar ni correr, tan solo con la ayuda de mi imaginación, y la de la autora, claro.
Ni que decir tiene que me convertí en una fanática de Enid Blyton y que devoré cuanto libro pude encontrar de ella.
Pero recientemente, después de tantos años, descubro, asombrada, que la obra de esta autora ha sido retraducida. ¿Por qué?, os estaréis preguntando —yo también me hice la misma pregunta—. Por una razón muy sencilla: los tiempos han cambiado, ¡y mucho! En la traducción original había términos y expresiones que habían caído en desuso, y se prefirió sustituirlos por otros más actuales, como, por ejemplo, piscolabis —una palabra que me encantaba pero que incluso a mí, en su momento, ya me resultaba extraña— que ahora se traduce por almuerzo ligero. Además, nuestra escala de valores es notablemente diferente. En la actualidad son totalmente inaceptables las ideas sexistas, los comentarios despectivos hacia personas que antes eran consideradas de clase inferior y palabras que hagan referencia a actos violentos. Y la obra de Enid Blyton está repleta de todo esto. La editorial Juventud, que deseaba volver a editar todos sus libros, tuvo que revisar toda su colección y omitir y alterar lo que ya no era políticamente correcto.
Pero este modo de proceder crea controversia. ¿Es lícito alterar la obra original de un autor?
En principio, yo diría que no. Pero hablamos de literatura infantil y juvenil, de un grupo de lectores que aún está formándose moral e intelectualmente, y entonces la cosa ya no está tan clara.
Los libros para niños han ido evolucionando con el paso del tiempo. Todos conocemos los cuentos de los hermanos Grimm. En la primera edición del cuento de Blancanieves (1812), la reina celosa que intentaba matar a la bella princesa no era su madrasta, sino su propia madre. Terrible, ¿verdad? No os preocupéis, muy pocos niños leyeron esa versión, pues los mismos autores la modificaron enseguida ante la protesta de la sociedad. Y así, con el correr de los años, —de los siglos—, estos cuentos tradicionales se fueron volviendo menos violentos y más dulces, hasta nuestro presente, donde los padres ven con desagrado las historias sobre ogros que devoran niños, o sobre princesas que se suicidan o son asesinadas.
Y Enid Blyton ha corrido la misma suerte. Sus prejuicios sociales y su educación clasista provocan rechazo en la sociedad actual. No importa que la escritora fuera hija de su tiempo. Lo que importa es la influencia negativa que sus escritos pudieran ejercer sobre los jóvenes lectores de nuestra época. Así que partir de ahora la obra de Enid Blyton tendrá dos versiones: la original y la censurada. La mala y la buena.
Aquel primer libro de Enid Blyton que leí en mi niñez, y que tanto me gustó, un día se lo presté a una amiga y ya nunca más lo volví a ver. Pero aún recuerdo ese momento, después de leer un buen rato, cuando levanté los ojos del libro y miré con extrañeza a mi alrededor. Todo parecía igual, mis hermanos seguían jugando, mi madre iba de un lado a otro…, pero yo ya no era la misma. Había estado en otro lugar y con otras personas. Me sentía aturdida y muy emocionada, pero sobre todo, inmensamente feliz.
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